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El dieciocho de julio

Espoleado por la lectura de "posts" de alabanza a Franco en algunos foros, con motivo del aniversario del por ellos considerado "glorioso" alzamiento nacional, mi pensamiento se ha dirigido, no podía ser de otro modo en un republicano convencido, hacia la República, lo que significó, lo que fue, lo que pudo haber sido y no fue, cómo nació y cómo murió.
Y precisamente, en relación con esto último, me doy cuenta de que la figura de Franco, cuya personalidad y facetas tanta atención han despertado, jamás, que yo sepa, ha sido contemplada desde un punto de vista que, para mi, es el más relevante, el de Franco como felón. Porque se ha hablado mucho de Franco como asesino, como torturador, como dictador, otros lo consideran un héroe, pero nadie parece caer en la cuenta de que Franco fue, ante todo y sobre todo, un traidor. Como a todos los militares, al general Franco se le exigió jurar fidelidad a la República. Como alternativa a los que no quisieran, en conciencia, trabajar para el nuevo régimen, se les ofreció, en un acto de generosidad que sólo un régimen puro, limpio, como fue la República, podía ofrecer, la posibilidad de un retiro, sin merma de sus retribuciones económicas. Pero no aceptó, él juró fidelidad a la República. Si se estaba en contra del régimen republicano hacer lo contrario, es decir, no jurar, retirarse de la vida militar y, quizá, emprender una carrera política, habría sido algo honrado, decente. Pero, no, es mejor jurar, hacer como que se acata, conservar así el poder, y después traicionar, cometer perjurio contra ese juramento. Eso fue, justamente, lo que él hizo. Igual que los ladrones, igual que los asesinos, los generales, con Franco a la cabeza, a escondidas, de noche, a traición, tramaron el plan que acabaría con la República. Qué fácil es ganar una guerra de ese modo, qué sencillo es, cuando uno asesta un golpe por la espalda, acabar con el contrario. Lo que esos generales hicieron es comparable a lo que haría alguien a quien se contrata como guardaespaldas y se le entrega una pistola para proteger a su defendido, y, con esa misma pistola, aquél, yendo unos pasos detrás de él para protegerlo, por la espalda, mata a su empleador. Eso, justamente, hicieron. Disponían de armas, armas que no habían fabricado ni pagado ellos, sino que pagaba el pueblo trabajador, el pagano siempre y en todas las circunstancias; y disponían de ellas para defender a la República, no para atacarla, y así lo habían jurado. Pero por encima de toda fidelidad, por encima de todo juramento, Franco y sus compinches se revelaron contra el poder legal, legítimo y democrático. Los perros no suelen morder la mano que los alimenta, pero parece que esos generales se quedaban muy por detrás de un perro. Azaña fue quien nombró a Franco teniente general, y éste le mostró su agradecimiento revolviéndose contra él. Cuánto más no le habría valido a Azaña firmar la sentencia de muerte de Franco, que no ese nombramiento. Para algunos hombres la fidelidad a la palabra dada, al juramento hecho, es más importante que su propia vida, porque para esos hombres, personas de honor, su palabra vale más que el dinero, más que cualquier bien material. Qué lejos quedan esos generales de esas personas.
Franco fue para la República traidor y perjuro. Así era el individuo que mató al más puro régimen que ha conocido España y que mantuvo secuestrada la voluntad popular cerca de 40 años.

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