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El exceso de inteligencia

Ser excesivamente inteligente es perjudicial. Puede parecer sorprendente, incluso ir en contra del sentido común, al fin y al cabo casi todo el mundo desea ser más inteligente.Y, sin embargo, yo he llegado a esa conclusión. La primera aspiración de todos los seres es humanos es ser felices, eso no creo que sea discutible. Decir eso es casi no decir nada, porque la feclicidad es un estado subjetivo al que se llega por muy diversas vías. Se puede ser feliz encerrado en el claustro de un monasterio o serlo yendo todas las noches a una discoteca, depende de las personas. Pero esa no es la cuestión. Lo que yo me pregunto es, independientemente de cuál sea el estado de felicidad para cada persona ¿hay alguna relación entre inteligencia y felicidad? O, dicho de otro modo, ¿ayuda la inteligencia a ser feliz? No sé lo que opinarán los demás, pero cuanto más medito sobre el asunto más me convenzo de que si que hay una relación entre inteligencia y felicidad, pero una relación negativa, es decir, que cuanto más inteligente se es, más infeliz se es también. Y no he llegado a esa convicción a través de ninguna deducción, sino por pura observación. Para muestra un botón. Pensemos en el caso de Galileo. Podemos estar de acuerdo en que era un hombre inteligente, extraordinariamente inteligente. En cualquier clasificación de los mayores científicos de la historia que hiciesemos estaría colocado entre los diez más grandes de todos los tiempos, seguramente entre los cinco. Ahora bien, su indudable capacidad intelectual, ¿lo ayudó a ser feliz? Pues si bien lo miramos precisamente por culpa de esa capacidad sufrió lo indecible, casi hasta llevarlo a una muerte temprana -lo que de camino parece indicar también que la inteligencia no ayuda a la longevidad. Él estudió el movimiento de los astros, y, gracias a su privilegiado cerebro, llegó a la conclusión de que la tierra se movía en torno al sol. Seguramente no fue el primero en pensar así, pero tuvo el acierto de argumentarlo de un modo lógico. Finalmente todo indica que tenía razón, pero para él su lógica no le trajo, en vida, más que desgracia y dolor. Si, por ejemplo, hubiese lo bastante poco inteligente para no plantearse esas cuestiones, para aceptar sin reservas la "verdad" de la Iglesia al respecto, para tener una ciega y profunda fe religiosa, sin mayores complicaciones, posiblemente, al final de su vida, al hacer balance, se habría dado cuenta de que le había ido mucho mejor, si hubiera podido hacer la comparación, que del otro modo.
El caso de Galileo es muy ilustrativo, porque nos permite sacar otras dos conclusiones. Por un lado pensamos que las personas inteligentes se imponen, con la sola ayuda de su inteligencia, a los no tan inteligentes, a base de lógicas deducciones. Pero la verdad parece ser más bien la contraria. Todo indica que las inteligencias mediocres se imponen a las mayores. La religión es un buen ejemplo. Buena parte de lo que hay escrito en la Biblia no pasa de ser simples fábulas de buenos y malos con un marcado tono de infantilismo; y sin embargo la biblia ha influido en el mundo y marcado a más gente que ningún libro de ciencia que se haya escrito jamás.
Por otro lado se suele pensar que las personas inteligentes nos deleitarán a todos con su brillantez y que quedaremos encantados cuando nos iluminen con su sabiduría. Lo cierto es que lo que la inteligencia va descubriendo sobre el mundo es francamente desagradable siempre, desmitificador. La verdad pacientemente adquirida, a base de años de inteligente estudio, no parece gustar a la gente, más bien disgustar, y no poco. Todo indica que no somos el centro del universo, que descendemos de animales, que una parte de nuestra psique sólo obedece a instintos egoístas y no conoce la moral, etc. En definitiva, que nadie crea que un mayor conocimiento nos va a llenar de satisfacción, quizá todo lo contrario.
He puesto un ejemplo extremo, ciertamente. Por un lado no todos los científicos lo han pasado tan mal como Galileo, y por otro el común de las personas no llegamos, ni de lejos, al grado de sapiencia del genial italiano. Pero yo estoy en que, en menor grado, así ocurre en general. Que la inteligencia no ayuda a ganar dinero, por ejemplo, es algo que no requiere demostración. Einstein no fue el hombre más rico de su época, ni siquiera era rico, y cualquira que mide a su alrededor podrá comprobar que las personas más adineradas no parecen ser las más inteligentes. No sé con seguridad si el dinero dará la felicidad, tendría que tenerlo para comprobarlo, pero en todo caso no creo que lo impida.
También es verdad que ser tonto de remate no parece que sea un estado deseable, pero tengo la impresión de que el tonto, inconsciente de su estupidez, es más feliz en ella que el sabio, consciente de sus limitaciones. En fin, que yo personalmente envidio mucho más la dicha del mediocre, feliz en su ignorancia, que la angustia vital del filósofo, atormentado por la compresión de miles de cosas que a los demás se nos escapan. Por eso no creo que haya que tenerle miedo a ser mediocre, icluso a ser tonto; si vale para ser feliz, bienvenido sea.

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